Desde que la ciudad de El Fasher, en Sudán, cayó en manos de una fuerza paramilitar la semana pasada, imágenes verificadas y relatos de testigos han apuntado a una masacre que se está desarrollando en la región de Darfur del país.
Algunos residentes fueron asesinados mientras intentaban huir de la ciudad. Hay videos que muestran a las fuerzas paramilitares ejecutando a civiles con indiferencia. Quienes lograron escapar a una localidad situada a 65 kilómetros de distancia relataron escenas de terror, hambre y muerte.
Hace dos décadas, la palabra Darfur recorrió el mundo como símbolo de atrocidades incontroladas en una tierra lejana. Hoy, está ocurriendo otra vez.
Una ola de asesinatos arrasa una de las mayores ciudades de la región. Las mismas rivalidades étnicas parecen avivar el caos. Las fuerzas paramilitares que siembran el terror son descendientes de las Yanyauid, las milicias predominantemente árabes que arrasaron Darfur hace dos décadas.
La primera vez que Darfur se hundió en el caos, hubo cierta presión de Occidente. Hoy, casi no hay activismo de celebridades ni atención política y la impunidad por los abusos es moneda corriente.
Antes y ahora
Los combatientes que arrasan Darfur están mejor armados, organizados y financiados que nunca. Y cuentan con el respaldo de uno de los países más ricos de la región, Emiratos Árabes Unidos, que también es aliado de Estados Unidos. (El gobierno emiratí niega apoyar a alguno de los bandos).
Entonces, los milicianos cabalgaban a caballo y a camello; hoy, conducen vehículos blindados y camionetas. Antes incendiaban aldeas; ahora disparan artillería pesada y operan drones sofisticados.
En la guerra anterior, los paramilitares luchaban del lado del ejército sudanés. Ahora, el grupo conocido como las Fuerzas de Apoyo Rápido, o FAR, por su sigla en inglés, combate al ejército nacional en una batalla que ha desgarrado al país y ha provocado, según muchos indicadores, la peor crisis humanitaria del mundo.
El conflicto, que estalló en abril de 2023, se originó en parte por las ambiciones políticas del líder paramilitar, el teniente general Mohamed Hamdan, quien ha proclamado un gobierno paralelo en el estado de Darfur del Sur.
Sus tropas han cometido atrocidades que las Naciones Unidas declaran crímenes de guerra y el gobierno de Joe Biden calificó de genocidio, con frecuencia dirigidas contra miembros del grupo étnico zaghawa (o beri). La violencia sexual también está muy extendida, según la ONU.
Hasta esta semana, El Fasher era la única ciudad de Darfur que las FAR no controlaban. Un contingente de soldados sudaneses y milicianos aliados resistía en una base cercana al aeropuerto, su último bastión en la región.
A medida que las FAR estrechaban el cerco, los combatientes construyeron un alto terraplén de tierra alrededor de la ciudad, atrapando en su interior a cerca de un cuarto de millón de residentes. Los civiles que intentaban pasar alimentos o medicinas a través de la berma eran golpeados o asesinados. Los habitantes empezaron a morir de hambre. En el último hospital que aún funcionaba, los médicos no tuvieron otra opción que darles comida para animales a los niños que se morían de hambre.
“Todo el mundo sabía lo que iba a ocurrir cuando cayera El Fasher: además de los horrores del asedio y del hambre, las FAR masacrarían a la población”, dijo Michelle Gavin, investigadora para África del Consejo de Relaciones Exteriores.
Indignación limitada
Hace 20 años, activistas famosos como George Clooney hicieron de Darfur una causa célebre. La crisis allá era una prioridad de la política exterior del presidente George W. Bush y un punto de fricción con China, que tenía inversiones petroleras en Sudán.
Las últimas atrocidades han provocado condenas, pero se han limitado en gran medida a los círculos de la política: el Consejo de Seguridad de la ONU, algunos congresistas estadounidenses y unos pocos políticos más.
El asesor especial del presidente Donald Trump para África está intentando negociar un alto al fuego, sin resultados visibles. En las conversaciones participan diplomáticos de Emiratos Árabes Unidos, Egipto y Arabia Saudita: las mismas potencias árabes que alimentan el conflicto.
Pese a las acusaciones de genocidio por parte de Washington, pocos funcionarios se atreven a criticar abiertamente el papel emiratí en la guerra, dijo Gavin. “Los Emiratos están armando y apoyando a una fuerza genocida”, dijo. Y hay una total falta de voluntad para reconocerlo.
(Con información de The New York Times)
 





