Las Aguas Turbias de Chiapas
Amet Samayoa Arce/Ultimátum
Las Aguas Turbias de Chiapas es el título de un estupendo ensayo periodístico que publica el periodista chiapaneco Sarely Martínez Mendoza en la revista nacional Nexos. Es recomendable leer completo su texto pero va aquí un extracto.
“La abundancia de agua dulce en México está en el sur. Aquí se concentra la mayor cantidad de ríos caudalosos, cuencas, sistemas lagunarios, reservas hídricas, presas hidroeléctricas de más de 10 mil hectómetros cúbicos y las lluvias más copiosas del país.
Si tuviera que repartirse el agua por la disponibilidad natural existente por región, a los habitantes de Chiapas y Tabasco les tocarían 24 mil metros cúbicos anuales, mientras que a los del Valle de México 186 metros cúbicos.1 Pero la disponibilidad natural no fluye al parejo con el acceso de agua en el hogar. Ambas entidades garantizan 73.8% de agua potable para sus habitantes, mientras que Guerrero presenta la peor cifra (62%), abajo del promedio nacional, que es de 88.7%. La numeralia relacionada con el agua en Chiapas es llamativa: posee 81 cuencas hidrográficas; aporta 30% de agua dulce del país; registra el 6.12 de las inundaciones nacionales; tiene la mayor disponibilidad de aguas superficiales con 92 mil hectómetros cúbicos y es una de las 10 regiones del mundo con mayor reserva de agua subterránea, con dos mil 500 hectómetros cúbicos.
La abundancia de agua es tal que marca la literatura y la poesía chiapaneca. Aquí hay poetas y narradores pluviales. Eraclio Zepeda tituló a uno de sus últimos libros “Las grandes lluvias” y colocó a sus personajes en los torrenciales del Valle de Jovel; Israel González escribió “Agua en reposo”, y Uberto Santos “Agua desbocada”. El agua y la lluvia se cuelan por todos lados en la obra de Rosario Castellanos, y no hay Jaime Sabines sin angustia, pero tampoco sin lluvia persistente, sin Tarumba y sin lágrimas enamoradas.
Hay agua en los poemas de Óscar Oliva y del recién desaparecido Juan Bañuelos. Hay ríos diabólicos, como el “Gran Río” de Flores asesino de buenos nadadores en “La casa de bambú”, de Saúl López de la Torre, y ríos incendiados por el sol en “Ay Nina” de Nadia Villafuerte. Poemas, cuentos y novelas hablan de la abundancia y de la fatalidad de las lluvias. Para los creadores chiapanecos no hay escasez. Hay lluvias de más, lluvias ciclónicas y eternas. Ríos desastrosos y malvados, pero también ríos nobles que se asoman y fertilizan sembradíos. El río es una larga culebra vivaz, alegre, amplia e infinita como el Río Grande de Chiapa de Corzo y su leyenda milenaria. Chiapas está marcado por las grandes lluvias, por las presas y represas, por las aguas verdosas del Grijalva y del Usumacinta, y por los lagos de colores de Montebello y su contaminación acechante. Tanta agua en los ríos y lagos y tanta falta de agua en las casas. Pero la escasez no se filtra en la literatura. El poema más famoso de estos rumbos, “Canto a Chiapas”, de Enoch Cancino Casahonda, reverencia a la lluvia plácida. Dice que esta tierra “surgió, inadvertida/ como un rezo de lluvia entre las hojas, tenue como la brisa,/ tierna como un suspiro”. “Mas supe”, continúa, “que Chiapas era/ el callejón aquel donde ladraba el tiempo/ aquel olor a lluvia que cantaba/ la santidad de nuestras almas niñas”. Efraín Bartolomé, originario de Ocosingo, la puerta de entrada a la Lacandonia, es también un poeta acuático: “Era la misma lluvia que ahuyentaba los sueños/ hacía largos los días/ y nos traía el río hasta la puerta./ Veinte años después nos encontramos/ sabe que estoy aquí/ no ha envejecido su terquedad/ su furia su desgarrado grito”. Joaquín Vásquez Aguilar, ese extraordinario poeta ya fallecido que creció entre los esteros de Cabeza de Toro, en la costa chiapaneca, escribió “Soneto pluvial”: “… torrencial. lluvia que trae más lluvia/ y más agua y más mares y más lluvia./ violenta lluvia, ronca. Lluvia tal/ que su furor lluvioso harto de lluvia/ rompe el último cerco de la lluvia/ más sorda y más atroz, lluvia total”.
Los escritores de fuera empapan sus escritos con las aguas de estas tierras. B. Traven habla en La carreta de lluvias diluviales; Rafael Bernal mezcla sufrimientos y tormentas en Trópico; Francisco Rojas, en El diosero, recrea el ruido de caobas arrastradas por el “hinchado” río Jataté; Ricardo Pozas hace esperar a Juan Pérez Jolote las ansiadas lluvias de mayo para la siembra de maíz en Chamula, y Ricardo Garibay, en Chicoasén, describe los trabajos de la construcción de la presa hidroeléctrica Manuel Moreno Torres.
En Apuntes para una biografía, de Pilar Jiménez Trejo, Jaime Sabines recuerda que a finales de los treinta, cuando cursaba el sexto grado de primaria, faltaba frecuentemente a clases porque se iba a nadar al Sabinal: “Me quedaba jugando por horas en aquel río hermoso… Ahora creo que ya no existe, o es una cosa horrible, pero era de gran belleza, tenía mucha agua limpia, peces, y pozas maravillosas para nadar”.3 Hoy el Sabinal es desagüe de agua negras. “La mierda de sus habitantes —escribe Héctor Cortés Mandujano en su novela Aún corre sangre por las avenidas— navega por la corriente pestífera, y en los meses de calor, que son casi todos los del año, el olor nauseabundo se acentúa mucho más. Pero nadie protesta. Los habitantes de Tuxtla Gutiérrez se han acostumbrado a vivir entre la mierda”. El río “prístino” y “hermoso” se convirtió en cloaca a finales de los sesenta. Surgieron, posteriormente, proyectos para recuperarlo. El gobernador Juan Sabines Gutiérrez, hermano del poeta mayor de Chiapas, intentó convertirlo en un Sena navegable, pero fracasó. En 2010 su hijo Juan Sabines Guerrero y el cantante Emmanuel, con la Fundación Hombre y Naturaleza, asumieron la tarea de remediar la cuenca del río Sabinal, pero también naufragaron en sus turbias aguas.
El 18 de abril de este año, cuando el cantante llegó a San Cristóbal de Las Casas para ofrecer un concierto, fue recibido por decenas de manifestantes quienes le reclamaron los “300 millones de pesos canalizados a su fundación” con el propósito de cumplir el sueño chiapaneco de navegar el Sabinal “con vehículos anfibios”, según ofrecimiento del intérprete de Seguía lloviendo afuera. Aguas destructivas se llevaron rápidamente peces y pozas del Sabinal, pero otras descargas, cada vez mayores, amenazan con acabar sistemas lagunarios, cuencas y ríos de la entidad.
“Somos el estado con más cuencas y ecosistemas en México”, indica Froilán Esquinca Cano, director en tres ocasiones del Instituto de Historia Natural, “pero el más incomprendido. No obstante los trabajos de conservación, es posible que más del 20% de las cuencas estén contaminadas”. Los afluentes se han convertido en receptores de aguas residuales. De 108 plantas de tratamiento de aguas negras sólo funcionan 12. Las demás quedaron abandonadas o fueron saqueadas.4 Hernán Ruiz Coello, presidente de la Organización de Constructores Independientes del Estado de Chiapas, dice que el gran problema que padece Chiapas es la falta de mantenimiento de las obras públicas: “Cada seis años se deben reconstruir caminos porque no hay presupuesto asignado para mantenerlos en condiciones óptimas. Esa es la historia también de las plantas de tratamiento de aguas residuales: la de un largo y sistemático abandono”. Sin plantas de tratamiento suficientes y la costumbre de tirar objetos a la calle, los ríos se convierten en canales de basura. El paseo en lancha por el Cañón del Sumidero es un viaje de dos horas y media de encuentros con acantilados, llantas flotadoras, cocodrilos, miles de botellas de plástico, caprichosas formaciones pétreas y desechos forestales.
La basura llega a formar un tapón de cinco mil toneladas de basura que ha impedido, en ocasiones, la circulación de lanchas turísticas. Protección Civil en el estado ha reportado recolecciones periódicas de casi dos mil toneladas de desechos plásticos y de ripios. Las lluvias de Chiapas y de Tabasco —con la mayor precipitación pluvial del país, de entre mil 800 y dos mil 400 milímetros—, en alianza con ríos y arroyos han desaparecido poblados. En octubre de 2005 el huracán Stan acabó con dos mil 500 casas, 71 personas y provocó el desbordamiento de 80 ríos en la costa y el Soconusco. La frontera sur tuvo que reconfigurarse porque el río trazó nuevos límites. Terrenos de ejidatarios mexicanos quedaron, de la noche a la mañana, en Guatemala. De allá, se lamentan los pobladores, vinieron escasos campos de cultivo.
Un habitante de Chiapas está atento a la lluvia, a los ríos y a los arroyos. El Sabinal, insignificante en los primeros meses del año, despierta en junio, y no es raro que rebase sus márgenes, inunde gasolineras, restaurantes y escuelas. En octubre pasado uno de sus afluentes, embobedado desde los setenta, reventó cañerías y se llevó cinco casas y tres vidas. Arroyos secos en el estiaje se cubren de agua en verano y causan desastres en Yajalón, Tila, Tapachula, Tumbalá, Escuintla, Huixtla y Motozintla, zonas con precipitación pluvial de más de dos mil milímetros anuales, pero también en Berriozábal, Suchiapa y Chiapa de Corzo, los municipios más secos de la entidad. Hay ríos furiosos. Carlos Frey, el descubridor de Bonampak quien atravesaba corrientes embravecidas sólo para comprar cigarrillos, murió ahogado en el río Lacanjá. En esa expedición trágica también falleció el joven y prolífico grabador Franco Lázaro Gómez. Se salvaron el pintor Raúl Anguiano y el fotógrafo Manuel Álvarez Bravo. Los proyectos gubernamentales han llevado a domesticar el agua, pero no siempre con resultados positivos. La Laguna Grande de Catazajá, con 504 kilómetros cuadrados, se secaba cinco meses al año, pero en los meses de julio a diciembre, al desbordarse el río Usumacinta, se inundaba. Arribaban entonces robalos, bagres, sábalos, guavinas, macabiles, tenguayacas y manatíes; la construcción de un dique en 1992 acabó con esa migración y se impuso “la exótica tilapia en un 90%”.5 La represa “provocó problemas en el ecosistema, porque no permitió el libre flujo de animales migratorios, como el manatí”, dice David Sol Corzo, ex director de Pesca del Gobierno del Estado de Chiapas. Los ríos trajeron presas hidroeléctricas. Primero la de Bombaná, una planta inaugurada en 1952, que aún genera 240 mil watts. Después las de La Angostura, Malpaso, Peñitas, Chicoasén I, y ahora se construye Chicoasén II, la cual ha provocado protestas de los habitantes de la zona porque dicen que no se han beneficiado de las obras de Comisión Federal de Electricidad”. Busque la revista que vale la pena.