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LA HORA DEL POZOL

07 Nov 2019 Opiniones Deja un comentario

En Chiapas ¿Dónde están la civilidad y el progreso?

Daniel Solórzano/Ultimátum

Recuerdo con mucha nostalgia aquella campaña presidencial de Luis Donaldo Colosio Murrieta, la algarabía fue tal que cuando el magnicidio los mexicanos la mayoría le lloraron, veían en él un liderazgo, una luz de esperanza, como Ud. Quiera llamarle pero eso que hace que se infle el pecho con un suspiro de esperanza, hoy no se si ya será momento de decir acá qué fue lo que pasó con México, cómo se equipara a lo que sucedió en el proceso de transformación en otros países del mundo, y cómo eso es muy triste en términos cívicos y sociales.
Nuestro hermoso México siempre requirió de un “líder”, de un caudillo, que ACEPTARA la responsabilidad de todos los demás, y para ello recibiera poderes amplísimos. Siempre fue así, incluso antes de llamarse “México”. Cuando México no contó con ese “hombre fuerte” a cargo, sufrió cruentas guerras: la “independencia” y la “revolución” son ejemplos muy claros; el virrey salió por patas, y el elegido en su lugar fue de perfil y diseño demasiado sofisticado para estas tierras salvajes Igual en la revolución: a la partida del caudillo, los perros rabiosos que él había tenido bajo control se hicieron pedazos, y con ellos al país. La guerra civil terminó hasta que se diseñó un acuerdo que permitiera normalizar a ciertas instituciones a partir de caudillos. ¿Cierto?
Primero Plutarco Elías Calles y luego Lázaro Cárdenas del Río, diseñaron un mecanismo rotatorio del poder, a partir de un sistema copiado del vecino si Ud. quiere verlo así, para convertir en candidato viable a ocupar el cargo de presidente a individuos que no necesariamente tenían perfil y talante de caudillos: lo que después conocimos como “el PRI”. Con Elías Calles se llamó “Partido Nacional Revolucionario”, y con Cárdenas (que sofisticó el diseño volviéndolo “corporativo”) cambió su nombre a “Partido de la Revolución Mexicana”. Ambos buscaron normalizar las instituciones a costa del poder caudillista. Y el pueblo de México se mostró bastante satisfecho con el acuerdo: seguía habiendo un “caudillo” todopoderoso y responsable que duraba como tal sólo un tiempo determinado, y luego en forma más o menos civilizada le dejaba el lugar a otro “caudillo” que llegaba a los mismo. Luego ese mecanismo rotatorio de poder, con el paso del poder real de los militares a los civiles, cambió su nombre por tercera vez y se llamó “Partido Revolucionario Institucional”, pero mantuvo las bases de los otros: rotación de cargos e impunidad relativa. Y así la sociedad mexicana permaneció satisfecha con ese mecanismo que le daba los beneficios del caudillismo (administración de carencias a cambio de ausencia de responsabilidad) sin tener que sufrir sus costos (pleitos internos para renovar a la élite cada cierto tiempo). Hacia la década de los 80, el mundo y con él México comenzó a sufrir una efervescencia democrática, un apetito por libertades y un deseo de poder elegir, de tener opciones. En México, eso implicó MODIFICAR el diseño de Elías y Cárdenas, para incluir el voto libre en la ecuación. Y el diseño no soportó la inclusión del voto libre: la garantía de poner en la silla a un “padrote justo” como el que le gusta al mexican average no pudo ser extendida, y la viabilidad del diseño quedó en entredicho. La sociedad mexicana obtuvo el voto efectivo y libre como herramienta de validación de la renovación de la élite, pero lo hizo con el mismo espíritu del diseño anterior: que viniera “alguien capaz” a hacerse cargo DE TODO, y al mexica de a pie sólo se le pidiera votar. El sistema político mexicano no pudo gestionar la alternancia que se derivó de ese nuevo diseño: las expectativas de los votantes, ahora sí efectivos, crecieron mucho más que las responsabilidades que ese poder implicaba; la mayoría siguió pidiendo un líder el que fuera pero justo, no un presidente.
Zedillo ya no fue un “caudillo” por diseño, como lo fueron todos desde Elías Calles hasta Salinas de Gortari, sino un presidente, y nos quedó grande: en la elección siguiente muchos buscaron el regreso de un “Líder” y lo encontraron en las botas, hebilla y lenguaje de Fox. Para la siguiente elección CASI volvimos al caudillismo más cutre y rasposo con López, pero su aura violenta alienó a la mayoría que terminó eligiendo a otro “hombre fuerte” aunque con la playerita de color azul: Felipe Calderón Hinojosa. Y ese retorno esquizofrénico al caudillismo nos metió en un conflicto armado sangriento: no podíamos volver al sofisticado y sui generis modelo que le platiqué al inicio, pero tampoco nos decidimos a adoptar a un caudillo en toda forma y se desataron los tensiones. Lo que vino después fue un acuerdo político amplísimo para subsanar la incapacidad de gestionar la alternancia: se buscaría revivir el modelo de Plutarco Elías Calles y Lázaro Cárdenas del Río con un personaje “de casa” (Priista) para ver si aún jalaba, y de no ser así se apostaría por un retorno al caudillismo clásico.
Y pues ya no jaló el juguetito: ni el Pacto por México, ni la clara moderación de López respecto al sexenio anterior, pudieron revivir el (ahora lo sabemos) delicado y sofisticado modelo de original sofisticado priista de antaño.
La clara mayoría de la sociedad mexicana mostró una clara incapacidad cívica. Desde ambos extremos del arcaico espectro ideológico se pidió “mano dura”, se pidió a un “líder”, se exigieron soluciones mágicas, inmediatas, cruelty-free y sin gluten, en forma consistente e impúdica. Los votantes dispuestos a pensar y a hacer más allá de la urna, fueron una clara minoría. Y en la élite el mensaje fue recibido en forma clarita: a este pueblo le gustan los caudillos, le interesa el confort y le obsesiona su alergia a la responsabilidad. Y se regresó al caudillo. Por eso vemos una demolición de los contrapesos construidos en 35 años.
Por eso vemos un aislamiento progresivo. Por eso vemos que el gobierno crece y la sociedad civil se achica: porque se busca un retorno al modelo original. El diseño de PEC/LCR busca ser reacondicionado con un nuevo nombre: “Movimiento de Regeneración Nacional”.
Spoiler: no va a jalar, pero en el intento todos vamos a pagar costos altísimos.
Ya estamos pagando algunos, de hecho. Así México comparte con el norte de África una muy poco honrosa condición: la de no saber vivir sin caudillos. Allá explotó la violencia cuando Hussein, Gadaffi, Jomeini y Moubarak, notables caudillos e hdp, fueron removidos; acá fue cuando removimos “al PRI”.
Así visto, a la mayoría de los mexicanos no nos sienta bien la democracia real, la democracia liberal, por más que nos gusten sus efectos económicos y discursivos. Así visto, nos va mejor una democracia simulada, que nos permita quejarnos en el discurso nomás. Y eso es bien pinche triste: México entró y protagonizó la modernidad siguiendo un ritmo mundial, y está listo para abandonarla también al ritmo que marca el mundo; no nos alcanzó para consolidarla y hacerla propia. Parafraseando al detective Mills, fue sólo el combo del día. Quedaremos algunos de aquel proceso ochentero neceando en las calles y en las redes sociales y dentro de 10 años (tal vez) conectaremos el discurso con quienes están hoy en la escuela primaria. Y quizá pondremos de moda la libertad, ya no en solitario sino asociada a la responsabilidad. Hasta entonces, no nos engañemos: está lloviendo, y la mayoría agradecerá cualquier paraguas por más que el agua le llegue a las rodillas.
La vida es muchas cosas, menos injusta. Es cuánto.

bufalo27@icloud.com

2019-11-07
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