Imagen y discurso del nuevo gobierno
Horacio Vives Selg/Ultimátum
Las palabras y las imágenes emanadas de las instituciones públicas son relevantes. Como suele suceder con cada cambio de gobierno, esta semana se generó interés y polémica por el discurso del nuevo presidente en su toma de posesión, así como sobre la “imagen institucional” del nuevo gobierno.
Día 154 de poscampaña. Nada más no llegó, el nuevo jefe del Estado mexicano, a pronunciar un discurso político a la altura de las circunstancias y del momento histórico. Ni en el fondo ni en las formas. Y ni siquiera incluyó algún anuncio político espectacular. Pronunció un discurso —cansino, además (en eso, muy fiel a su estilo)— de alguien que sigue en una lógica de campaña. No fue un discurso unificador: se dirigió solamente a sus fieles y no a la otra mitad de la ciudadanía que no votó por él (una cuestión no menor, en la que se está pareciendo peligrosamente a su colega Donald Trump). Al discurso le faltó, además, orden, coherencia y solidez. Incluyó un cúmulo de errores (incluso datos falsos) y desperdició un sinfín de oportunidades.
Por ejemplo, en errores de forma, tal vez AMLO quiera inaugurar un nuevo estilo protocolario, pero el sentido común de cualquier redactor de discursos o cualquier diplomático con mínima experiencia debió haberle advertido acerca de la descortesía a los jefes de Estado asistentes y particularmente hacia el rey de España, Felipe VI, en los vocativos. El asunto es que en la diplomacia, como en la política, la forma es fondo, y esas aparentes nimiedades pueden producir efectos no deseados.
Pero el problema en el discurso más relevante fue, a mi juicio, el diagnóstico político electoral. Por ahí empezó y con una idea clara: ante el siempre desconfiable arbitraje electoral, su triunfo no se debió a los más de 30 millones de ciudadanos que lo votaron, sino a que el gobierno saliente, “a diferencia de los anteriores”, no se había metido en la elección. Y peor aún: al ver hacia adelante, quedó más como un líder de banda sectaria que como un jefe de Estado, cuando —a pesar de los enormes recursos políticos con los que arranca su gobierno— no sólo no envió un lenguaje conciliador, sino que incluso aprovechó para fustigar a la oposición como “adversarios” “conservadores” y “corruptos”. Esto, sin duda, no refleja la vocación democrática que debe guardar un presidente en funciones.
Y lo más patético del discurso es que se recordará por la pobre, pobrísima frase de “me canso, ganso”. Así el nivel.
Entre la historia de bronce, el anacronismo y la incorrección política. La identidad gubernamental es un instrumento de comunicación muy poderoso. Se presentó la nueva la identidad gráfica del gobierno federal utilizando no los colores nacionales, sino el guinda, color del partido gobernante (seguimos con señales sectarias), y con la figura de cinco héroes nacionales… sin incluir a ninguna mujer, lo que de inmediato causó polémica y rechazo. Y además, sinceramente, está fea y malhecha. ¿A quién se le pudo ocurrir algo así?