La esencia del juego
Amado Rios Valdez/Ultimátum
¿Qué es lo que ha hecho que más de 500 millones de personas en el mundo practiquen el futbol y cientos más lo sigan en estadios y aparatos de televisión? ¿Qué lo ha convertido en el deporte más popular del mundo?
Es difícil encontrar una respuesta sencilla, sin embargo la mayoría de estudiosos del tema coinciden en que la sencillez del juego y lo barato del equipamiento (una pelota o algo que ruede, dos personas por lo menos y listo) ha jugado un papel muy importante. Por otra parte su divulgación a todo el planeta de la mano ( o de los pies) de los trabajadores y ejecutivos del Reino Unido a finales del siglo 19 y principios del 20, también resultó en un impulso poderoso.
Los trabajadores del Reino Unido (Inglaterra, Gales, Escocia e Irlanda del Norte) que en todo el mundo laboraban en las minas, en las líneas ferroviarias, entre otras, llevaron el juego del futbol a los nuevos territorios como una forma de vivir sus tradiciones y recuperar su identidad. El futbol se universalizó junto con el imperio británico. Si bien el futbol surgió en los colegios privados de la clase alta de Inglaterra y Escocia, muy pronto se popularizó y los obreros lo adoptaron como algo propio.
En México fue en 1895 cuando se formaron los primeros tres equipos: Pachuca Cricket Club’, ‘Velasco Cricket Club’ y el ‘Pachuca Futbol Club’, los cuales se fusionaron para dar creación al Pachuca Athletic Club, con una clara influencia inglesa por los obreros mineros provenientes de aquel Inglaterra. En 1898, se funda el Orizaba Athletic Club y poco tiempo después en la capital de la República se formaron el México Cricket Club en 1901, Reforma Athletic Club en 1902 y el British Club en el mismo año, integrados exclusivamente por ingleses. En 1906 nació en Guadalajara, el Club Deportivo Guadalajara, por iniciativa del belga Edgar Everaert.
Existen hoy en día más de 1.7 millones de equipos en el mundo y aproximadamente 301,000 clubes. El país con más futbolistas que se desempeñan regularmente (excepto niños) es China, que posee 26,1 millones de futbolistas. Lo siguen: Estados Unidos (24.4 millones), India (20.5), Alemania (16.3), Brasil (13.1), Colombia (9.2) y México (8.4).
Actualmente el futbol es, además de un juego, un espectáculo y un negocio de proporciones colosales. La evolución del juego partió de 22 jugadores y un balón en una cancha, pasó por la incorporación de árbitros, entrenadores -denominados ahora Directores Técnicos-, preparadores físicos, masajistas, empresarios dueños de equipos de futbol, representantes de futbolistas y DT, patrocinadores, empresarios de medios de comunicación, prensa deportiva, y un largo etcétera hasta llegar al día de hoy con la participación de multinacionales. Los grandes equipos de futbol son ahora consorcios internacionales con intereses en muchos países y clientes en todo el mundo. El juego saltó desde los barrios y las canchas de lodo y tierra, hasta los modernos estadios con un pasto importado, uniforme y plano y palcos de lujo.
En sus inicios el juego era propiedad privada de los jóvenes de las clases altas del Reino Unido, transitó rápidamente hacia los barrios bajos y pronto los mejores jugadores fueron los surgidos en los descampados y baldíos de todos los barrios del mundo. El futbol se hizo una fiesta popular. En todos los pueblos y barrios, en todas las ciudades había uno o varios equipos de futbol que representaban la identidad del barrio. Jugadores descarados, rebeldes y endiabladamente creativos. De ahí surgieron todos los grandes nombres que hoy son leyenda: Obdulio Varela, capitán del equipo uruguayo gestor del Maracanazo en el mundial de 1950; Pelé, tricampeón mundial en 1958, 1962 y 1970; Garrincha, llamado cariñosamente por la gente del Brasil “la alegría del pueblo”; Johan Cruyff, holandés revolucionario del futbol como jugador y como entrenador, hijo de una afanadora en el estadio del Ajax de Amsterdam; Diego A. Maradona, campeón mundial en el año 1986 y uno de los mejores de la historia; así como las máximas del futbol mundial de la actualidad, el argentino Lionel Andrés Messi y el portugués Cristiano Ronaldo.
De algunos años a la fecha, el futbol ha desandado el camino de los colegios privados a los barrios miserables, para volver a las lujosas oficinas de los ejecutivos. Si bien a principios del siglo 20 los trabajadores podían divertirse el domingo al asistir al partido del pueblo, hoy en día los juegos solo puede verlos por televisión. El dinero ha expulsado de los estadios a los espectadores más pobres y a los más devotos. En México una entrada al futbol profesional cuesta en el Estadio Azteca desde 120 hasta los 2,500 pesos. En el Estadio de las Chivas de Guadalajara desde los 80 hasta los 400 pesos. En el Estadio de los Rayados de Monterrey, por ejemplo para el juego contra el Atlas el 16 de septiembre los precios van desde los 1,033 hasta los 7,179 pesos. En Europa las entradas son también prohibitivas: En el Estadio Santiago Bernabéu, un juego de Champions League contra el modesto Borussia Dortmund de Alemania cuesta entre 90 y 425 euros (1,890 a 8,925 pesos); en el estadio Old Trafford del Manchester United los precios de un partido de Champions League van desde los 6 mil hasta los 41 mil pesos. En el estadio del Barcelona, las entradas para el juego de la Champions contra el Juventus de Italia van desde los 73 hasta los 1,100 euros (1,533 hasta los 23,100 pesos). Paradójicamente el estadio del Barcelona en los inicios del siglo 20 era el refugio de los trabajadores catalanes, pobres y mal vestidos, harapientos, tan es así que desde la calle se veían las gradas del Camp Nou y los que pasaban por ahí se burlaban de ellos porque decían que se les veía el culo, de ahí el apodo de “culés”.
Esta gran industria premia a los poquísimos jugadores que hacen la diferencia en el campo de juego. Los exquisitos, los magos, los definidores son los nuevos aristócratas del futbol. El brasileño Neymar tiene hoy el récord del máximo costo en un traspaso, al vender su pase del Barcelona al París Saint Germain de Francia en 220 millones de euros (4,600 millones de pesos), y esto es solo los que pagó el PSG al Barsa por el traspaso, falta lo que le pagarán a Neymar: 30 millones de euros netos por temporada, 50 millones de euros por metas alcanzadas, una prima de 60 millones de euros por los fichajes futuros de otros jugadores y la libertad para que firme con la firma comercial que quiera para patrocinios. ¿Lo vale? Seguramente si, en el sentido de que el futbolista genera eso y mucho más que se reparte entre intermediarios, empresarios, marcas comerciales, representantes, y un largo etcétera. El futbolista tiene que maximizar sus ingresos en los pocos años que tiene para vivir de su juego (entre 10 y 15 años a buen nivel), es el que se mata en la cancha y la mayoría de las veces es el que menos paguita obtiene.
Y sin embargo el futbol profesional, con la danza de los millones se ha llevado la frescura y la libertad del juego: los nuevos aristócratas no son libres de andar por la calle, de jugar en su barrio y en las transmisiones de televisión tampoco son ya libres de hablar ahí en donde eran los únicos que mandaban, la cancha de futbol. Hoy en cada transmisión vemos que los futbolistas se tapan la boca para hablar, porque en cada televisora hay una montaña de parásitos que esperan leer sus labios para captar una palabra mal dicha, una expresión desafortunada, para hundirle los dientes y hacerlos sangrar hasta el siguiente escándalo.
Dice Jorge Valdano en su libro “Futbol, el juego infinito”, el dinero es parte del futbol desde las primeras décadas del siglo 20 y “lo que no supo ver un futbol más desinteresado lo entendió a la perfección el dinero: para atraer la atención hay que darle más encanto al juego. Hay que seducir. Hay que diferenciarse.” Ciertamente los equipos más ganadores y los mejores jugadores son los que generan más ganancias y solo se gana jugando bien, apelando a la estética mas que a la fuerza o a la velocidad.
Estoy convencido de que el negocio se irá imponiendo cada vez más sobre el juego. Pero la esencia del futbol son los 22 jugadores y el balón. Siempre que haya en un campo, sea profesional o amateur, sea de futbol 11 contra 11, o futbol 7, de sala, de playa o se juegue entre un grupo de desarrapados, la pasión del juego y la alegría de jugar, se mantendrá intacta la esencia del juego. La esencia del futbol se expresa en un canto de unos niños que narra Eduardo Galeano en su libro “El Futbol a sol y sombra”: “ganamos, perdimos, igual nos divertimos.”