Un viaje en canoa de Acala a Chiapa de Corzo
A SARAIN TOVILLA RUIZ
Rigoberto Nuricumbo Aguilar/Ultimátum
Yo, cierto día del mes de abril, de una época marcada por el jocote y el auge de las canoas como medio de transporte, había llegado a Acala con la intención de recabar información del Coronel Manuel Ruiz Y Corzo, siendo mi propósito esencial realizar el viaje en canoa de esa población a Chiapa de Corzo, mi lugar de origen. Pernocté en Acala, y desperté con el aroma a café que provenía del fogón de la casa. Enseguida, me levante de la cama de lazo y asomé por la ventana de la vivienda que daba a la calle, y pude ver el movimiento de la gente que pasaba cargando con mecapal envoltorios y el transitar de las carretas jaladas por mancuernas de bueyes llevando costales de maíz y frijol. Con certeza, supuse que todos se dirigían al río donde la canoa se encontraba preparada para recibir el cargamento que trasladaría a Chiapa de Corzo.
En poco tiempo estuve listo, y antes de emprender la marcha con rumbo al embarcadero y navegar a Chiapa de Corzo, acompañado de los familiares descendientes del Coronel Manuel Ruiz, tomamos café y comimos unas quesadillas elaboradas con tortillas de mano que recién salían del comal, por consiguiente, agradecí todas las atenciones que tuvieron conmigo, así como la invitación que se me hizo para pasar la noche en la casa donde vivió este ilustre personaje. Y es que desde mi llegada a Acala por el camino de herradura que viene de Chiapa de Corzo, me entreviste con don Atanacio, nieto del Coronel Ruiz, quien expuso un interesante relato sobre la destacada participación del héroe acalteco durante la implementación de las Leyes de Reforma y la guerra del Imperio en Chiapas (1863-1864). Tío Atanacio y yo, sostuvimos una charla que ocupó el tiempo de la tarde y buena parte del de la noche, para terminar reunidos en torno a un candil cuyos destellos parecían las ráfagas de un cañón en plena batalla. Al despedirme y dejar la morada del Coronel Manuel Ruiz, empecé a caminar con destino al paso denominado “El Aguacatillo”, sitio al que se debe llegar para abordar la canoa en el río. En el trayecto me encontré con los canoeros encargados de conducir la embarcación, llevaban un remo y el palanco. Luego de apresurar mi andar, los alcance para ir junto a ellos y saludarlos.
A partir de este momento yo iba escuchando la conversación de ambos, y pude percibir el entusiasmo que traían por treparse a la canoa y surcar las aguas del río Grande. Sin embargo, el que sujetaba el remo externaba su preocupación cada vez que se refería al Chajuí, un lugar de intensos remolinos. Nango y Gumeta, como más tarde me entere les llamaban, era un par de intrépidos y experimentados canoeros que cada lunes y jueves partían de Acala transportando pasajeros y diversas mercancías a Chiapa de Corzo. Una vez que llegamos a la ribera nos dirigimos al punto de abordaje donde la canoa llamada “La Golondrina” permanecía atada a un sauce.
Quienes íbamos a viajar, mirábamos con atención el trajín que Nango y Gumeta tenían por acomodar los productos en el interior de la embarcación para procurar el contrapeso. Al concluir esta labor, Gumeta nos pidió que subiéramos a la canoa de uno en uno para ser ubicados en los espacios indicados. Yo fui situado en la parte de la proa, al mismo tiempo, los tripulantes se colocaron en sus puntos de maniobra. En tanto se anuncia la orden de soltar los amarres, llegó una señora con un fardo de chipilín pidiendo se llevará a Chiapa, pues tenía ese encargo que serviría para los tamales que habrían de elaborarse con motivo a la festividad de San Vicente Ferrer. Sin otro contratiempo, la señal de arranque se da con el palanco que se hundió en el agua hasta que encontró la arena donde se afianzó para dar impulso a la canoa. En ruta a Chiapa de Corzo y con la corriente a favor, pasamos la desembocadura del Nandamujú (arroyo del mujú).
Entre los pasajeros, teníamos un dialogo ameno, pero con ciertas pausas de silencio ante el tambaleo de la canoa provocado por el oleaje del río. El avance siguió hasta que oímos la advertencia de Nango que nos pedía estuviéramos atentos y en calma ante la proximidad del Chajuí, un tramo turbulento del río donde se han suscitado hundimientos de canoas, y para librarlo, además de la habilidad de los navegantes, se requería garantizar la estabilidad de la canoa. Finalmente, cruzamos sin novedad el Chajuí, y yo seguí durante la travesía bien agarrado del borde de la canoa reviviendo las leyendas y los personajes surgidos de estos extraordinarios viajes, hasta que a los lejos se escuchó un grito que provenía del “Paso San Pedro”: —¡Ahí vienen los ilustres canoeros! —dijo una voz que anunciaba el arribo a Chiapa de Corzo.