Tradiciones y costumbres del barrio del Niño de Atocha
José Luis Castro A./Ultimátum
El barrio del Niño de Atocha fue uno de los más populares de Tuxtla Gutiérrez en los años de 1940 a 1980 por su población fiestera y por la feria del Santo Niño de Atocha que se celebraba del 1 al 6 de enero de cada año; eran famosas sus corridas de toros, teniendo como figura principal el torero Alfredo Alcázar “El Coleto”; sus carreras de caballos y de bicicletas. La “Rueda de la Fortuna” y “La Rueda de Caballitos” eran la locura de chicos y grandes. Había palo ensebado, carrera de encostalados, globos de papel de china, cochito ensebado, toritos, baile de velación o quermeses, y se bailaba al son del pito y el tambor, o de la jaranita. Las familias llevaban somés a los mequés.
La mayor parte de las casas de este barrio eran de bajareque pintadas de blanco con cal “muchas de ellas pintadas de la cintura para abajo de azul o de colorado”, con piso de tierra y techo de tejas de barro. Otras eran de adobe, repelladas con lodo, piso de tierra o de ladrillo y tejas de barro; con puertas de madera de cuatro hojas o de tres hojas (una abajo y dos arriba); y, por el calor, permanecían abiertas las hojas de arriba todo el día y a veces toda la noche. La mayoría de los hogares se alumbraban con quinqués de petróleo, velas de sebo o de parafina. Antes de terminar de entejar las casas nuevas, dejaban algunos espacios vacíos para después llenarlos, el día de la inauguración, con tejas adornadas con papel de china picado o papel crepé de vistosos colores, que llevaban los padrinos en la “fiesta de la última teja”. En el centro de la teja se colocaba una cruz, una paloma, un gallo, un barquito u otra figura. Las tejas se colocaban en el caballete de las casas de dos aguas. Se tocaba una diana y se quemaban cohetes o triques. Al final, empezaba el baile. Y antes de pasarse a vivir los propietarios de la nueva casa hacían una fiesta y enterraban un gallo para evitar que alguien de la familia se muriese. Amenizaba la fiesta una marimba o una consola, según las posibilidades económicas de la familia.
Dulces, bebidas y comidas
En los hogares, los niños saboreaban los dulces de melcocha, de coyol o cupapé con dulce, puxinú, empanizado de cacahuate, yumí, camote o yuca con dulce, obleas o chimbos. Entre las comidas típicas figuraban: el puxaxé, nigûijutí, sispolá (caldo de res con repollo y garbanzo), cochito horneado, patashete con pepita, frijol con chicharrón o con guash, chipilín con bolitas… Así como los tamales de bola, de cambray, de hoja, de cuchunuc o de hoja de milpa, toro pinto. Las bebidas tradicionales eran el pozol blanco y de cacao, tascalate, pinol y el atol agrio. Los adultos iban a saborear una riquísima “boquita” (botana) en “El Cobi”, “El Panalito”, “La Prensa Libre”, “Chapiro”, “La Calle 14”, “Bar Social”, “La Mariola”, entre otros lugares. Era frecuente escuchar en las cantinas del barrio:
-“¡Me dasté de botana un mi pedacito de chicharrón de barriga bien carnudo!”
-Pero solo hay de “cochi de varita” (cochi come caca), aclaraba la mesera.
-¡Ah, entonces no me desté!
Vida cotidiana
La vida cotidiana de los habitantes de los barrios de Colón y del Niño de Atocha era de lo más interesante (1940–1970). La mayoría de las mujeres usaban faldas de costal, camisa o huipil, y listones rojos en las trenzas y huaraches (o descalzas); y los hombres, pantalones y camisas de manta blanca, paliacate rojo en el cuello, sombrero de palma y huaraches. La mayor parte de las mujeres lavaban su ropa en la poza larga del río Sabinal (río de los Sabinos) o en el Potinaspak (arroyo de cascajos en zoque). Los niños de aquella época nos bañábamos cerca del “mujeraje” que iban a lavar ropa en el arroyo; cuando terminaban de hacerlo se bañaban en calzones o en “justán”: todos “voltiábamos” a verlas para admirarlas:
-“¡”Puuuñalada”, vean, qué “chichis” tiene aquella del “justán”!”… “¡Jojojóoo, y qué piernóoon!”, comentaban, casi gritando, mis amiguitos, y yo solo les decía:
-“¡Shhh, cállense que las va a oír!”
-“¡Mmmmh, vos todo te puede!”, me dice el “Chiapaneco”. Si se daban cuenta que las estábamos “miroteando” nos “jimbaban” piedras, y nos decían:
-“¡Desgraciados, “cabrones”, ahí les va a salir “turicuchi” por andar fisgoneando”… “Vayan mejor a espiar a sus “magre”!”
En todo el barrio sólo había una toma de agua pública (La Pilita) que estaba ubicada en la novena norte y cuarta poniente. “No muy” me gustaba acarrear agua con cubetas, para nada. A veces me tropezaba con alguna piedra salida y me daba un soberano “somatón” (me caía “embrocado” como si yo viniera “bolo”), y así “chenqueando”, “solito”, todo “trompudo”, me iba a mi casa.
-“¿Y ora, vos, Joseíto, ¿por qué venís “cholenqueando”?”
Los niños de aquella época
Los chamacos de aquella época nos íbamos a la calle ancha de “voy y vengo” (calle de Colón, hoy cuarta poniente) para treparnos en los “palones” de “framboyán” y así poder cortar vainas secas que nos servían para jugar de espadazos. En las tardes nos sentábamos en las bancas del “puentón” (puente de Colón) para ver pasar a las muchachas. Cuando pasaban los “fufurufus”, que iban a pasear al centro, les chiflábamos. A veces nos “aventaban la madre”, pero se la rechazábamos. Parecían señoritas como se peinaban y se “aperfumaban”; decían que se bañaban del diario y no como nosotros cada ocho días. ¡Creídos porque tenían pozo! Seguido estrenaban “muda”. También nosotros estrenábamos seguido, cada año, en la fiesta del Santo Niñito de Atocha. Si nos portábamos bien, estrenábamos caites, sombrero, pantalón y camisa.
Además de mis amigos, también llegaban a sentarse los estibadores, carboneros, leñadores, choferes, albañiles y sus chalanes.
-“¡Adiós, mamacita, linda!”, decían los chalanes cuando veían pasar alguna muchacha de buen ver, y agregaban: -“¡Más me merezco, pero contigo me conformo!”
-“¡Adiós, hijo; atrás viene tu padre!”, contestaban enojadas.
-“¡Ja, ja, ja, ja…!, todos “nos echábamos un río”.
Como grupo de cazadores infantiles, armados con tiradores (resorteras), hondas y piedras íbamos los niños de aquella época (1950–1966) al arroyo del Potí (Potinaspac) o al río Sabinal a “matar pajaritos”: palomas, colibríes, pijuis, chorchas, urracas, tórtolas… sapos, lagartijas o iguanas. ¡O a pescar! Era tal la puntería que teníamos que no cazábamos nada. En las márgenes del Sabinal se encontraban árboles de cupapé, higoamates, matzú, ceiba, matilisguate, sabinos, totopostes, cuajinicuiles, primaveras, flor de sospó, de musá, de mayo, de siqueté, de candox… Después, todos a bañarse en las cristalinas aguas, en las diversas pozas. Muchos de ellos ahora son distinguidos profesionistas o catedráticos, escritores y poetas.
Los niños asistíamos a la Escuela Primaria Cristóbal Colón (ubicada en la esquina de la sexta norte y cuarta poniente). El “muchachitero” íbamos a jugar al recién inaugurado Parque Infantil “José María Morelos y Pavón” (Parque Morelos), construido en 1964, durante el gobierno del Dr. Samuel León Brindis.
-¡Ah, la “chucha”, cuántos mirones vinieron!
-“Mirá” ese “chamaquitío” le queda muy “arrequintada” su camisita, creo que está creciendo muy rápido el “jodido”.
-Sí, pué; ja, ja, ja, dejáme que yo mejor “me eche un río”.
Después de tres horas de andar paseando con sus hijos, en el nuevo parque, las señoras se retiraban contentas.
-Oí, vos comagre, hay venimos otro…
jjoluca53@hotmail.com
