La cultura y la epidemia
V. Rumaya Farrera/Ultimátum
“Lo que afirmo
es que cada
mexicano se ha
desvalorizado a sí
mismo, cometiendo, de
este modo, una injusticia
a su persona”
Samuel Ramos
El perfil del hombre y la cultura
en México.
Cada pueblo de la tierra está enfrentando esta pandemia de dos formas simultáneamente, una es la que nos está dictando la ciencia, los expertos genetistas, virólogos, epidemiólogos, las instituciones mundiales de salud, OMS, OPS, etc. Y la otra, el propio entendimiento que descansa en la cultura de la gente común. En la primera los valores son universales, se trabaja por la sobrevivencia de la especie humana, se pretende reducir el impacto y mitigar los efectos secundarios a través del conocimiento científico, los avances tecnológicos y la aplicación racional de protocolos. Por otra parte, tenemos la carga cultural que determina el comportamiento y la forma de enfrentar esta epidemia. En los países sajones, caucásicos, la sobriedad, el respeto por las indicaciones y el individualismo inherente recibe la estrategia científica con cierta disciplina que le permite mayor eficacia. En las naciones orientales, los sistemas político – culturales de corte autoritario aplican medidas restrictivas severas que presentan resultados inmediatos, sin mayores resistencias.
En el caso de los pueblos latinos, en especial nuestro pueblo mexicano, es extremadamente complicado aplicar soluciones científicas y confiar en métodos racionales. Los gobernantes, como se ha demostrado por esta pandemia, no han sabido qué hacer, si obedecer las recomendaciones de los organismos internacionales, ceder a las presiones políticas internas o empatizar con las pretensiones y necesidades de la gente, del pueblo, como ideológicamente se denomina. De esta manera, la política del Estado mexicano ha sido errática, contradictoria, vacilante y definitivamente ineficiente. México es uno de los países con mayor tasa de mortalidad; donde menos pruebas se aplican, donde se han destinado menores recursos al cuerpo médico y equipamiento para la contingencia, y, uno de los pocos en los que sus propios gobernantes se contradicen y se resisten a las medidas de seguridad. La pandemia traerá consecuencias impensables ha¬ce unos meses, mas de un millón de desempleados, la caída de la producción a niveles catastróficos, el decrecimiento del PIB, el regreso de muchos trabajadores migrantes de los Estados Unidos, la desaceleración de las actividades económicas y la aparición de mucho más comercio informal. Por eso debemos estar a la altura del reto histórico. Si bien, el gobernante tiene la responsabilidad de dirigir la estrategia y de destinar los recursos, cierto es también, que la sociedad debe asumir compromisos con las contingencias que implican nuevas conductas y desapegos culturales.
A diferencia de otras culturas, rechazamos el aislamiento y la individualidad y privilegiamos la asociatividad y la multitud. Estamos acostumbrados a transitar, a movernos a vivir en lugares comunes. Para muchas personas, la calle es el lugar de trabajo, boleros, taxistas, vendedores ambulantes, puestos de banqueta, tianguistas etc. A diferencia de otras culturas, nuestro pueblo, hace suyo los lugares comunes, espacios públicos como parques, camellones, banquetas, son parte de su vida cotidiana. Ahí se citan los amigos, se juega en el barrio, se hace deporte, se ejercita la familia, se sale a tomar una bebida o caminar.
No se diga de nuestras magníficas fiestas de pueblo, al que regresan exprofesamente, cada año los migrantes, que congregan a todo el pueblo sin distinción de edad, género o preferencia política. Como bien lo señaló Octavio Paz en el “Laberinto de la Soledad” … “Nuestra pobreza puede medirse por el número y suntuosidad de las fiestas populares. Los países ricos tienen pocas: no hay tiempo, ni humor. Y no son necesarias; las gentes tienen otras cosas que hacer y cuando se divierten lo hacen en grupos pequeños. Las masas modernas son aglomeraciones de solitarios. En las grandes ocasiones, en París o en Nueva York, cuando el público se congrega en plazas o estadios, es notable la ausencia del pueblo: se ven parejas y grupos, nunca una comunidad viva en donde la persona humana se disuelve y rescata simultáneamente. Pero un pobre mexicano ¿Cómo podría vivir sin esas dos o tres fiestas anuales que lo compensan de su estrechez y de su miseria? Las fiestas son nuestro único lujo; ellas sustituyen, acaso con ventaja, al teatro y a las vacaciones, al “week end” y al “cocktail party” de los sajones, a las recepciones de la burguesía y al café de los mediterráneos”
Este pensamiento mágico religioso que cree que un remedio casero con “harto limón” puede combatir la pandemia, no es privativo del pueblo común, en estos días de pandemia han sido recurrentes las declaraciones absurdas e irresponsables de los gobernantes que en un principio subestimaron la pandemia, después han pasado al pánico y están transitando a la inutilidad del “sálvese quien pueda” dejando con sus ritos y necesidades a un pueblo que está ansioso por regresar a las calles, a los lugares comunes, a ganarse la vida
El pueblo de México está lleno de contradicciones que, por su conformación histórica, religiosa y cultural hace que siempre mantenga la esperanza en un futuro mejor. No espera demasiado de la política y de las autoridades porque saben que siempre se puede poner peor. Es este carácter resignado y auto flagelante de nuestro pueblo, es el que ahora está empujando a la gente a retomar las calles, a regresar a su nueva normalidad, que será de pobreza aún mayor; que requerirá mayor esfuerzo y que se ha planteado la disyuntiva, “la pandemia o el sustento” esto no puede ser posible. Deben buscarse recursos, mecanismos y acuerdos para vivir en armonía y transitar la pandemia.
Esta realidad cultural es un desafío que requiere de un pueblo dispuesto a cambiar y a tener paciencia, pero sobre todo, se requiere de gobernantes conscientes y responsables, con decisiones coherentes y articuladas; gobernantes de todos los niveles que asuman la responsabilidad de saber el carácter cultural del pueblo mexicano y en base a esta cultura y tradición apliquen las medidas más adecuadas, respetuosas de la ley y sensibles a la realidad. Se requiere de gobernantes que vivan la realidad no solo en las estadísticas; gobernantes que conozcan y respeten la cultura y se apoyen en esta para enfrentar la pandemia; gobernantes sensibles al sufrimiento y necesidades de nuestro pueblo.
Ya en el siglo XVIII el jesuita Francisco Javier Clavijero relataba sobre las personas que conforman el pueblo mexicano: “su complexión es sana y su salud robusta. Están libres de muchas enfermedades que son frecuentes en los españoles; pero en las epidemias, que suele haber de tiempo en tiempo, son ellos las principales víctimas; en ellos empiezan y en ellos acaban”.
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